_

_

20150527

Waisman, Juan Carlos (1962 - )

 
Ensayista, narrador y poeta nacido en Las Lomitas. Estudió Ingeniería Electricista y Licenciatura en Ciencias Físicas en la UNNE. Realizó varios trabajos sobre filosofía, pensamiento occidental y ufología.
Desde joven tuvo inquietudes científicas y filosóficas, impulsándolo a reflexionar sobre diversos temas del pensamiento humano. Tiene ensayos inéditos tales como Crítica al pensamiento occidental, El hombre como laberinto del hombre, La cuestión de Dios, La dictadura de los medios, Imposturas de las ciencias positivas y Tácticas y estrategias.
Escribió el poemario inédito Fuga al infinito, y cuentos plasmados en Posibles realidades.

Obras:

  • La existencia y el infinito (2012)



El verdugo


La cotidianeidad invagina al tiempo en un microclima de idilica dulzura. Crea una burbuja de aislamiento mental. Rawson bajaba por el ascensor como cotidianamente lo hacía cuando se dirigía a su lugar de trabajo. Tenía frente a si a su compañero, Vanstein, ensimismado como él en sus propios pensamientos. Ambos amparados por los anteojos oscuros en sus respectivos autismos. Después de cinco años de mantener esta rutina diaria se habían agotado casi todos los temas ocasionales y sin darse cuenta, en algún momento, comenzaron a bajar sin sentirse obligados a charlar. Apenas algunas frases ocasionales de amabilidad y luego descendían casi los 250 metros bajo tierra en un respetuoso y largo silencio natural.
Durante el trayecto, Rawson recordaba las travesuras de su hijo John con su perro Wolfi, y las consecuentes rabietas, no del todo convincente de su esposa Karen. Le resultaba gracioso recordar el cuadro y no podía evitar unas sonrisas intermitentes y compulsivas. Debía parecer sumamente ridículo y desubicado, pero no importaba porque nadie lo estaría observando.
Se sentía afortunado, un hombre jovial en una mañana esplendida. El elevador se detuvo con una leve brusquedad, lo suficiente como para romper el cristal de sus pensamientos.
La puerta del profundo bunker se abrió descubriendo la sala de control del centro neurálgico de la base misilistica del Comando Aéreo Estratégico por debajo de Cheyenne Mountain, asiento de los poderosos Misiles nucleares Minuteman con hasta tres cabezas nucleares.
Su compañero salió primero al encuentro de los tenientes Murray y Steven, que eran los relevados de su turno. Ambos les aguardaban con una sonrisa y el maletín en mano. Aliviados de las dos horas que acababan de cumplir. Murray hizo la veña. Se encuadro, -Teniente Rawson, teniente Vanstein-, Steven repitió el saludo y luego se pasaron de forma cruzada las manos.
¿Todo bien?- pregunto Vanstein
-Sin novedades - respondió Murray - todo está registrado- y le acerco la planilla de informes de trabajo.
Hojeo rápidamente sin ánimo de ser detallista, le paso a Rawson, quien se esforzó por ser más exhaustivo en su inspección corroborando los datos en la computadora. Luego ambos firmaron la conformidad en una planilla que llevaría Steven. Informaron frente a las cámaras a los de arriba el estado de cosas y que ya subían sus predecesores. Después que estos se retiraron, acomodaron sus cosas y se sentaron frente a sus respectivas pantallas. Esto se repetía todos los días, y en muy contadas ocasiones se había registrado una falsa alarma.
Rawson estaba convencido que el poder persuasivo de las bombas nucleares era una garantía de que a ninguno de los dos bandos se le ocurriría hacer nada. Sería un suicidio colectivo seguro para ambos, y los políticos no comen vidrio.
Al margen de esta supuesta confrontación ideológica o nacionalista entre ambas potencias, cada uno vive su vida cómodamente desde su lado y eso no lo van a cambiar por nada en lo posible. En fin, pese a la paranoia de una guerra nuclear realimentado por la industria armamentista, en el fondo tenía confianza de que su trabajo seria siempre un acto de presencia y nada más. De cualquier manera, aun cuando le parecía que jamás podría ocurrir nada grave, se sentía absolutamente preparado para asumir su misión hasta las últimas consecuencias si así lo requirieran las circunstancias.
Rawson pensó como siempre para sus adentros, - bah, son solo dos horas de rutina-
Ante la perspectiva de que iban a ser dos horas aburridas, saco una hoja en blanco para escribir algo para Karen y John, pero era demasiado cursi y renuncio a la idea. Paso un largo tiempo entre controlar la pantalla, los informes y recordar intermitentemente algunas escenas de su familia Debía revisar todos los circuitos, las imágenes de los misiles, el perfil interno de los silos, de las bases, las compuertas, en fin, todo debía estar en orden para entregar el informe al próximo turno que los relevaría. A las 8:50 am, en la mañana del 9 de noviembre de 2013 la alarma del reloj le anunciaba que faltaban diez minutos para terminar el turno. Eso lo saco de su modorra.
De pronto un aviso apareció en los ordenadores alertando sobre un ataque masivo de ICBM rusos, los misiles intercontinentales. En la pantalla del ordenador podía verse lo que se suponía una lluvia de esos misiles avanzar como pequeñas flechas blancas cruzando el océano hacia las fronteras de su país El mundo pareció convulsionar. Le confirmaban que la señal estaba alertando en los cuatro centros de mando norteamericanos, incluyendo el Pentágono. Rawson lo busco con la mirada a Vainstein. Lo vio consternado como él. Ambos estaban siguiendo automáticamente el protocolo de represalia ante un ataque nuclear.
Sintió que su corazón golpeaba como el puño de un loco dentro de su tórax. Una ola caliente subía por su cuerpo hasta el cuero cabelludo de su cráneo produciéndole un hormigueo doloroso debajo de la piel, por afuera un sudor frio como hojas de cuclillos resbalándose desde la nuca. Ambos operadores ya habían dado la orden de abrir las compuertas de los silos nucleares. Podían ver en los monitores la lenta apertura de las compuertas de lanzamiento que dejaban ver un cielo azul bellísimo. El protocolo exige que haya confirmación del ataque para evitar una respuesta apocalíptica ante una falsa alarma. El lapso de la confirmación de la represalia debió durar apenas un minuto, pero pareció una eternidad. Tuvo la esperanza en ese intervalo de que todo se revirtiera, que se anulara la operación por tratarse de una falsa alarma. Los músculos estaban tensos, soportando la carga de toneladas de plomo sobre su columna. Se imagino que su hijo John, su esposa Karen, su perro, los vecinos, todos los que conocía y trataba a diario, en cuestión de segundos serian arrasados por la onda de choque y calor de alguna bomba nuclear estúpida, absurda, sin sentimientos. Le caían lágrimas irritantes por los ojos. --Carajo, carajo, mierda, no puede estar pasando--- se repetía como un imbécil. Imbécil si porque él había elegido este trabajo, esto era para lo que le habían entrenado durante años, ¿entonces porque se sentía perplejo, acaso pensó que podía ser un juego? Dudar en estos momentos era cosa de un imbécil.
Se le entremezclaba el cuadro horrorifico de la destrucción de su familia con imágenes intrusas de niños y mujeres parecidos a su hijo y esposa, pero que eran rusos, también envueltos por la bola de fuego proveniente de la bomba que él debía lanzar.
--Mierda, que pasa con mi cerebro estúpido, porque carajo pienso en estos rusos de mierdas, si matan a mi familia les tengo que hacer mierda sin contemplaciones—pensaba irritado consigo mismo.
De pronto, iluminado, se vio como uno de los pocos sobrevivientes de la humanidad, ¿Qué sentido tendría toda la existencia si solo quedaban tipos como él o Vanstein?
Pensó que tal vez los únicos sobrevivientes de la humanidad serian un puñado de estúpidos y estériles asesinos de la humanidad, incapaces por supuesto de lograr que toda la especie trascendiera más allá de sus limitadas vidas personales. ¿Tiene sentido esto?- se pregunto nuevamente.
--¡Es increíble!. … me prepare gran parte de mi vida para esto y ahora estoy dudando, me estoy cuestionando en mi elección. ¡Es una locura!
Se encendió la luz roja que tenia frente suyo sobre la pared, y sonó la orden de disparo. La pantalla mostraba que la lluvia de flechas blancas ya había hecho impacto en su objetivo. Sintió que la imagen muda de un monitor limpio de misiles era más cruel de que si hubiese escuchado las explosiones o hubiese estado presente en la superficie viendo el estrago. El silencio era terriblemente cruel. El entrenamiento exigía que se tome la llave que llevaba colgado a la cintura, se coloque sobre la cerradura en el panel y se hiciera girar una vuelta, del mismo modo debía hacerlo Vainstein.
Si alguno de los dos se revelaba no se detenía la operación porque se desarrollaban en circuitos paralelos. Se pensó en todo para lograr la eficiencia destructiva. Ambos ya estaban aislados entre sí por una pared de vidrio resistente a disparos por si enloquecían y alguno de los dos quisiera impedir al otro que cumpliera la misión. Giro la llave y espero la segunda reiteración de la confirmación de disparo. A esa altura no se fijaba lo que hacía su compañero. Su lucha personal era suficiente infierno. Llego la confirmación. Intento girar nuevamente la llave pero sus músculos estaban entumecidos por la tensión nerviosa. Su mente envió la orden a las terminaciones nerviosas de su mano, de los dedos, y un terrible dolor le recorría como una corriente eléctrica de alto voltaje. Sus nervios estaban anudados y retorcidos como un cable ensamblado. Respiro profundo y reitero la orden mental a los órganos efectores. El dolor alcanzo la intensidad de muchas agujas metidas debajo de la piel, atravesando los músculos.
Hasta que finalmente todo se relajo. Su conciencia empezó a diluirse entre blandas nubes y se elevo hacia las alturas.
Despertó en una sala extremadamente blanca. A su alrededor había un grupo de hombres con batas de medico observándolo.
--Estoy muerto—pregunto incrédulo
--No-- le contesto el que estaba parado al pie de la cama.
--Usted ha sido sometido a una prueba de hipnosis que consistió en hacerle vivir imaginariamente la situación de una represalia nuclear. Es la última prueba del entrenamiento a fin de evaluar si es apto o no para el trabajo en la base misilistica-
Rawson sentía la boca pastosa, no obstante intento tragar saliva.
No sabía si preguntar. Se sentía bastante estúpido por el nivel de su confusión.
Se animo. --¿Y?, ¿pude hacerlo?--
Con una amplia sonrisa de satisfacción respondió el hombre parado en el extremo de la cama.
--siii, lo hizo, antes de desmayarse totalmente giro la llave, felicitaciones—
Rawson, giro la cabeza para ocultar la descompostura de su rostro con la almohada. Imploro mentalmente—Dios perdóname—
El por su parte ya había asesinado a la humanidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario