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20150517

Fotheringham, Ignacio (1842-1925)


Ignacio Hamilton Fotheringham, (Southampton, Inglaterra, 11 de septiembre de 1842 – Río Cuarto, Argentina, 14 de octubre de 1925), militar argentino de origen británico que participó en la Guerra del Paraguay y en la Conquista del Desierto. Fue el primer gobernador del Territorio Nacional de Formosa.
Hijo de Roberto H. Fotheringham e Inés María Huddleston. Llegó a Buenos Aires en 1863. Al saber que había estallado la Guerra del Paraguay se enroló como voluntario de las milicias rurales en Chascomús. El propio presidente Bartolomé Mitre lo incorporó al Ejército Argentino como subteniente, y se unió a un batallón de infantería a órdenes del coronel Keen.
Combatió en casi todas las batallas de la guerra, en Pehuajó, Estero Bellaco, Tuyutí, Boquerón y Curupaytí. Fue uno de los escasos oficiales que salvaron su vida en esa terrible derrota. Era amigo personal de Dominguito Sarmiento.
En 1867 participó de la represión de la Revolución de los Colorados, que había logrado controlar todas las provincias de Cuyo, combatiendo en la San Ignacio, en que fue derrotado el caudillo Juan Saá. Durante los años siguientes estuvo destinado en diversos destinos en las provincias de Mendoza, San Juan y San Luis. Durante un tiempo fue subordinado de Lucio V. Mansilla en el sur de la provincia de Córdoba, a quien consideraba su amigo.
En 1871 fue ascendido al grado de mayor y participó en la lucha contra el caudillo entrerriano Ricardo López Jordán a órdenes de Julio Argentino Roca –a quien acompañaría durante nueve años– y combatió en la Batalla de Ñaembé.
Al año siguiente, dependiendo del mismo Roca, se incorporó a la frontera con los indígenas ranqueles en Río Cuarto y dirigió una breve expedición a las tolderías de Leuvucó. El 8 de mayo de 1873 contrajo matrimonio en la Iglesia parroquial de Río Cuarto con Adela Ordóñez.
Participó en la campaña de Roca contra la Revolución de 1874 y combatió en la Batalla de Santa Rosa, que le valió el ascenso al grado de teniente coronel. Fijó su domicilio en Río Cuarto y comandó varias campañas contra los ranqueles.
Al mando del Regimiento Nro. 7 de Infantería participó en la Conquista del Desierto en 1879. El suyo fue el primer regimiento en llegar al valle del río Negro y ocupó la Isla Grande de Choele Choel, izando en ella la Bandera Argentina. Cuando el general Roca llegó con su estado mayor a la confluencia entre los ríos Limay y Neuquén, ofreció a sus oficiales y soldados un premio por encontrar un vado para cruzar este último; el mayor Fábregas y el teniente coronel Fotheringham lo cruzaron, pero el premio fue para el oficial superior.
Participó de la represión de la Revolución de 1880 y tuvo especial participación en la Batalla de Barracas. Fue ascendido a coronel.
En 1883 fue nombrado gobernador del Territorio Nacional del Chaco, con capital en la ciudad de Formosa; y cuando ese Territorio fue dividido, pasó a ser el primer gobernador del Territorio Nacional de Formosa.
Desde ese puesto participó en la campaña del general Benjamín Victorica, con la que se pacificó el territorio la región chaqueña, aún en manos de indígenas guaycurúes y wichíes. Fue ascendido a general en 1886, al año siguiente hizo un breve viaje a Europa, y permaneció en la gobernación formoseña hasta 1891.
En 1894 fue nombrado Director del Arsenal de Guerra. En la época de la primera conscripción, en 1896, fue el comandante de la división Córdoba, con sede en los campos de Santa Catalina Holmberg, hoy sede del Batallón de Arsenales 604, “Teniente Coronel José María Rojas”. Poco tiempo después fue comandante militar de las provincias de Cuyo, en los años en que se temía una inminente guerra con Chile.
Se acogió al retiro militar en 1905 y se radicó en Río Cuarto, donde residió primeramente en la quinta que rodeaban las actuales calles Alsina, General Paz, Pedernera y Sobre Monte, actual manzana donde se encuentra el Concejo Deliberante de la ciudad de Río Cuarto. Más tarde vivió en una casona de la calle Tucumán – hoy Fotheringham – número 176-78, en el lugar donde había estado la Comandancia de Frontera. El matrimonio Fotheringham le introdujo a la casona importantes reformas arquitectónicas, y allí funciona en la actualidad el Museo Histórico Regional de Río Cuarto.
Falleció en su casa de Río Cuarto el 14 de octubre de 1925. Sus restos descansan en el Cementerio de la concepción de la Ciudad de Río Cuarto.
Dejó escritas tres obras, además de otras dos que fueron destruidas por orden de su viuda: la primera era una larga carta al general Luis María Campos con sus ideas sobre el futuro Colegio Militar. La segunda era una novela en primera persona, relatando fantasiosamente la guerra que finalmente no estalló con Chile.
Su obra más importante fue una larga autobiografía de alrededro de novecientas páginas, editada en 1902 con el nombre de La Vida de un Soldado, y varias veces reeditada como Memorias de un Soldado.

Obras:

  • La Vida de un Soldado o reminiscencias de las fronteras (1902)

Fuente: Wikipedia.org - Revisionistas.com.ar


Fragmento de Memorias de un Soldado


Allá en mi tierra, en mi pueblo (Southampton) lo creíamos un general español desterrado por asuntos de alta política. Un hermoso tipo, de aspecto varonil y enérgico. Vivía en The Crescent, frente a la casa de familia de Lawe, muy amiga nuestra. Una gran mansión de aspecto serio, silencioso y triste. Nada de ruidos. Más tarde me han referido muchas anécdotas a su respecto.
Al venirme, su “Doña Manuelita” me regaló una hermosa frazada, grande, abrigada, con un letrero central en bordado rojo: Federación o Muerte, Independencia. Rosas. Viva Manuelita. La conservé por mucho tiempo. Pero, resuelto a decir la verdad, aunque con vergüenza, confieso que la cambié en Paso de la Patria (durante la Guerra contra el Paraguay) por tableta mendocina… Más pudo el hambre que el venerado recuerdo.
Tirano, déspota, sanguinario… No lo niego, pero no lo afirmo. La pobreza en que vivía, demostraba, por lo menos, que era hombre honrado. Y un hombre honrado no puede ser un hombre perverso…
Años después, en 1885, me encontré en Southampton con mi mujer y dos hijos mayores, Inés y Roberto, de once y diez años, respectivamente.
El primero que me vino a visitar al Hotel Radley, fue Mr. Mount, nuestro antiguo capellán, el viejo sacerdote que me bautizó y me bendijo al venirme, agregando: “Que tus ovejas, Ignacio, cubran las montañas del nuevo mundo…”.
Nunca pudo suponer el final dramático de mi tentativa de estanciero ni que mis ovejas desaparecerían substituidas por…una espada. Vino, pues, y nos invitó a comer. Fuimos. Sobre la chimenea de su modesto comedor había una hermosa talladura de flores en marfil, bajo gran fanal de cristal.
-Qué hermoso- dije.
-Ah, si -contestó-, me la regaló el general Rosas…
Y yo:
-Un tirano sanguinario y criminal y…
-Cállese, cállese… -replicó-. No hable usted así del mejor hombre que haya yo conocido: caritativo, bondadoso, lleno de todas las virtudes cristianas.
Pues, ¿en qué quedamos?… Todavía está uno por saber qué es la historia. “Cobarde, tú dormías”…le dice Mármol en su tremenda oda…
Y conozco otro cuento al caso… Todos mis cuentos son fidedignos y garantidos. En plena batalla de Caseros, el éxito era aún dudoso. Rosas hablando con un jefe principal: “Mire, mire, esa caballería que avanza allá por la izquierda nos va a j…” (¡Perdón por la mala letra!). En ese momento pasa un bizarro soldado de caballería, gorra de manga, lanza, lazo y boleadoras. “Párese, amigo…”, dice Rosas. Bajóse el centauro. “Traiga las boleadoras (Las midió con los brazos abiertos). Un poco cortas -dijo-. A caballo y dispare -le gritó al soldado-. De un brinco en la silla y a todo escape…”. Pero no hubo escape, pues con la habilidad suma sorprendente de que estaba dotado “el primer jinete”, el “primer gaucho argentino”, revoleando las boleadoras las lanzó con mano certera por encima del cráneo del jinete y boleando el caballo de las manos, lo hizo rodar; pero el paisano, sonriéndose, salió al pie, las riendas empuñadas… “Por lo menos -dijo Rosas- todavía tengo el pulso bueno”.
Y a mí me parece que ningún “cobarde” haría tal hazaña.
Afuera de Southampton, en Shirley, tenía Rosas un pequeño farm o estancia. Cuatro vacas, algunas ovejas, pocos caballos: Los Cerrillos en miniatura, como para recordar, acaso, a la patria. En su salón, allá en la casa de The Crescent, tenía dos grandes sillones rojos; él ocupaba uno, el mismo de siempre y a la visita que intentaba sentarse en el otro, la detenía con un… “Dispense, no se siente en ese sillón, pues espero al general Urquiza…”
En las carrerías o cacerías del zorro, en Inglaterra, montaba en soberbios caballos que le prestaba lord Palmerston. Una vez rodó y salió corriendo… Asombro general. En otra ocasión enlazó un ciervo por las astas. Otra vez asombro. Nunca, jamás, iba a la iglesia, la única iglesia católica que había en Southampton y, sin embargo, el viejo cura lo calificaba de “hombre lo más bueno”. Habrá que escribir sin pasión la historia de Rosas.

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