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20150423

Rumich, Rafael Gregorio (1949 - )


Periodista, poeta y ensayista nacido en Formosa. Se ha desempeñado en distintas funciones relacionadas con la actividad cultural y educativa. Se lo reconoce por sus frecuentes indagaciones  sobre el patrimonio cultural tradicional y oral formoseño.
En la actualidad está abocado a la difusión del material obtenido mediante sus indagaciones, caracterizando el patrimonio tangible e intangible del que es depositaria la provincia de Formosa.

Por su obra escrita, ha sido distinguido con diversos premios a nivel provincial, regional y nacional. Asimismo, a fin de lograr un pensamiento y una práctica amplia que facilite la tarea de investigación, ha realizado estudios relacionados a la filosofía y distintas disciplinas pertenecientes a las ciencias sociales y las humanidades. En ese orden, se lo ha reconocido como un notable promotor intelectual de las concepciones de "Nuevo Hombre Formoseño" y "Ser Formoseño", promovidas oficialmente por el Gobierno de la Provincia.

Además de ser autor del renombrado ensayo filosófico El ser formoseño. Un cotidiano modo de sentir, querer y hacer (2007), formó parte del equipo de redacción de la revista de interés general Ser Formoseño, financiada por la Subsecretaría de Cultura de Formosa. Actualmente trabaja en la elaboración y difusión de nuevos abordajes sobre la "Ciencia del Folklore", desde diferentes postulados provenientes de la llamada "Filosofía del Folklore".


Obras:

  • Panorama Folklórico de Formosa (2006)
  • El ser formoseño (2007)
  • El Ateneo Folklórico de Cosquín (2011)
  • El Folklore, hoy. Un recorrido por la cultura traadicional y popular (2012)
  • Cantos con-juntos. Poemas para armar y rearmar (2012)
  • Retazos de un paisaje señalado (2013) 
 

 Meditaciones acerca del folklore [fragmento]


¿Qué es el folklore? Esta simple pregunta que nos introduce al ámbito de la reflexión, ya constituye un acto filosófico. Según la historia de la filosofía el hombre creó el pensamiento racional (logos) cuando percibió asombrado las cosas que conformaban la realidad en que estaba sumergido. Este fue el móvil que despertó su atención e interés por racionalizar y conocer las causas que provocaban el origen y la existencia de cada una de ellas.
    Durante ese trance histórico y los acontecimientos que se fueron sucediendo posteriormente, no quedó de lado el simple mirar, pero los que estaban descubriendo el potencial y las facultades del razonamiento iban ingresando a un nuevo mundo, el del pensamiento, ocasionado fundamentalmente por el advenimiento de la admiración.
    Mediante dicho proceso se estaba construyendo la mente humana y el hombre ingresaba a una nueva etapa de su existencia y relación con la sociedad.
    Tal hecho, descrito metafóricamente por Platón en uno de sus últimos diálogos, el Teeteto; marcó el reemplazo de un largo tiempo de relatos simbólicos en que los dioses eran los responsables de todas las peripecias que le acaecían al hombre, por uno nuevo, donde las personas empezaban a tener preponderancia sobre si mismas, el control de sus conductas, como así también, la asunción  formal respecto a las decisiones y consecuencias de sus propias acciones.
    Dicho proceso fue considerado como el paso o cruce del mito al logos, pero, con el tiempo se comprobó que mithos no se extinguió como componente de un estadio agotado y, por ende, superado, sino que se refugió en las profundidades de la mente humana, hasta que Freud lo descubrió habitando en el inconsciente y Jung lo detectó como el polizonte que viaja en el tiempo, de generación en generación, a través del inconsciente colectivo.
    Desde entonces, ciencias como la psicología, la lingüística, la antropología, la semiótica, la neurología, entre otros, entendieron que mithos y logos residen juntos, teniendo como vehículo de expresión y comunicación con el exterior, la palabra. Ambos compiten y alternan, fusionándose a veces, o prevaleciendo, en otras ocasiones, uno sobre el otro, pero nunca ninguno de los dos termina por lograr una absoluta supremacía.  Del cómo se conectan ambos factores y qué construyen juntos, alimentándose mutuamente mediante una puja por ganar la total dominación del espacio que comparten, ha dado lugar a ese compuesto indefinido que desde 1884 llamamos folklore. En definitiva, el folklore es hijo de esa controversia; dos padres que siguen divorciados, pero que de noche cohabitan la misma alcoba. Por eso las pulsiones que tienen asidero y se constituyen a partir de ese elemento biopsíquico que denominamos folklore, que existe por sí mismo y es soporte de sus cualidades o accidentes, emergen con mayor fluidez y consistencia especialmente mientras dormimos, a través del sueño, manando desde  los infinitos recovecos y vertientes que componen el mundo onírico. Despiertos, bajo el influjo de esa energía psíquica profunda, esta orienta nuestro comportamiento hacia un fin, a veces consciente, otras no, y presiona por descargar todo su vigor hasta conseguir su propósito; de allí que la mayoría de tales impulsos se corporizan a través de creaciones materiales, pero fundamentalmente se modelan mediante las concepciones o bienes que categorizamos como espirituales. Son las que se ponen de manifiesto, plasman y pasan a formar parte del mundo real, como así también, del imaginario colectivo; los que alimentan el arte y otorgan movilidad estética a través de la inspiración y la renovación constante, aquello que parece cambiar  pero permanece firme en cuanto a su esencia original, porque está sujeto a la naturaleza del colectivo humano, que deviene instintivamente desde antes que el hombre se constituyera como ser humano y que, sin dudas, seguirá viajando con él, en lo más profundo de su mente, por más que su organismo mute y la sociedad se transforme al influjo de la ciencia o la tecnología, y el medio ambiente cambie por influencia de la nueva era geológica que ya hemos comenzamos a transitar.
    Estas cuestiones que, por su intento de volver permanente al sitio original a través del inconsciente colectivo, procurando ceñirse y atarse al punto inicial mediante una tendencia y un recorrido atávico, son del dominio del religare, instalando un espacio para que ineludiblemente actúen en él la reflexión y especulación filosófica, dos herramientas creadas por el hombre para destrabar y tratar de resolver este tipo de incógnitas. De igual manera, abre puertas para albergar a las ciencias a fin de que intenten hallar explicaciones, o, al menos, ensayar interpretaciones. Pero es el arte el que logra el mejor camino de expresión, sin ninguna duda, porque es la manifestación que permite canalizar libremente la sensibilidad humana y exteriorizar sin limitaciones todo el mundo interno que bulle en la mente.
    Ahora bien, lo que nunca vamos a poder dejar de pronunciar es ¿por qué? Ese cuestionamiento y la búsqueda de respuestas le corresponden solamente a la filosofía.
    A través de la historia de la filosofía podemos enterarnos del trayecto recorrido por este saber.
    Somos universales y locales, locales y universales, porque tenemos y compartimos características generales del ser humano, pero, al mismo tiempo, particularidades que vamos desarrollando individual, grupal y comunitariamente.
    El folklore, por su parte no es ciencia solamente, puesto que los fenómenos y hechos que componen el complejísimo conjunto de elementos que integran dicha  materia, precisan de una mirada e intervención mega y transdisciplinaria. Por la constitución de dicho material y sus características generales, abarcando toda la especie humana, el folklore es universal, pero por ser el hombre una entidad biopsicosociocultural que en cada sitio del planeta presenta sus propias particularidades, corresponde ser estudiado desde una perspectiva local y no solamente desde un punto de vista, aquel que parcializa la realidad, sino desde una postura holística que no deje afuera nada ni excluya a nadie. De ahí que podemos hablar de características humanas  que se dan en todos los seres de nuestra especie, en mayor o menor grado, pero que toman formas definidas y concretas en lo local. En ello reside la importancia del folklore: constituye lo amplio o extenso y lo común, local o concreto.
    Discernir sobre todo esto, tratar de encontrar las primeras y últimas causas es lo que dio lugar hace más de 2.500 años a que surja la filosofía y mientras exista el hombre, éste seguirá preguntándose y cuestionando cosas. Es momento, entonces, que empecemos a razonar convenientemente en torno al folklore. Si nos atrevemos a mirar y abordar esta cuestión desde dicho sitio, entonces comprenderemos la importancia y alcance del  folklore.   

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