_

_

20150615

Velázquez, Ana Beatriz (.)

 
Poeta y narradora nacida en Formosa capital. Es profesora en Artes Plásticas, egresada del Instituto Superior de Bellas Artes "Oscar Alberto Albertazzi".
Desde su infancia se ha dedicado al dibujo, la pintura y la poesía. Como artista plástica, ha participado en la realización de murales en el marco con el apoyo del del Ministerio de Educación y la Subsecretaría de Cultura.
Está casada con el poeta nicaragüense Jairo Póveda Guido, con quien ha compartido la realización y publicación de literatura en blogs.  Su poesía está próxima a ser publicada en papel.


Blogs:





Plumin de hojalata

Unguido
en la inmensa soledad
de un sembrado
de espinas y amarguras,
se abren
delicados pétalos de nieve
que reverberan los cactus.

Gravita
la sombría tristeza
en péndulos de cristal
para invadir
mi mundo acorazado
mientras pienso qué inventar
para retenerte a mi lado.

Se agota
la última gota
del tintero,
deslizo por última vez
mi plumin de hojalata
para grabar tu nombre
sobre el descolorido papel...

Noches del alma

Hay noches
para tentar al diablo
y otras para el perdón.

Hay noches de lujuria
en jaurías desatadas.
Hay escarchas de soledad
en parques y bulevares.

Hay ojos hundidos
y huecos de dolor
en la penumbra.
Hay voces que se quiebran
desgarrando el alma.

Hay noches de cuervos
agitando sus alas
bajo la sombra del silencio.
Hay lágrimas y sonrisas blancas
permutando en la oscuridad!

Hay noches
para tentar al diablo
y otras para el perdón...

El hechizo de la Laguna de los Indios

El sol resplandecía aquella tarde de verano y el viento norte hacia piruetas en el aire y en contraste la magia y el misterio de la laguna, atraía como un imán la curiosidad y la impaciencia de Lino, ¡ajeno a su voluntad sin poder evitarlo!
Desde lo alto de la avenida Napoleón Uriburu, Lino contemplaba con una mirada hechizada, los camalotes en flor, los llantenes y las enigmáticas irupé que majestuosamente realzaban la belleza de la Laguna De Los Indios conjugando un fantástico paisaje.
Decidido y lleno de ansiedad, Lino subió al pequeño y desteñido bote de su padre y echó a remar hacia el centro de la laguna con los ojos eclipsados, se detuvo en un retozar gozoso para contemplar esa mágnifica belleza y poder apreciarla desde todos los ángulos de visibilidad de todos esos diversos vegetales con múltiples formas y matices que lo transportaba a un verdadero paraíso de gamas cromáticas, sintiendo que podía volar entre nubes de algodonales y colores de mburucuyá.
De pronto un festival de cánticos sonoros lo sorprende y se asombra ¡si! ¡se asombra!
Son cánticos sonoros de patillos, garzas, tero-tero, chochí, pitogüé, chajá, pilinchos y las inquietas canastitas que se fundían con el lamento de la rana y el croar de los sapos que entonaban una canción de amor...
Mientras Lino perdía el equilibrio cayéndose del bote ahogándose en el corazón de la laguna... ¡Lino no sabía nadar!

No hay comentarios:

Publicar un comentario