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20140803

Ortíz, Julio Alberto (1945 - )


Historiador, ensayista y docente nacido en Villa Dolores, Córdoba. Obtuvo el título de Maestro Normal a los dieciocho años en la misma ciudad. Es autor de varios textos populares sobre historia local, y ha colaborado con periódicos y programas radiales.
Aunque llegó a Formosa en 1965, se inició como maestro de grado, en 1964, en la escuela provincial de Los Medanitos y luego en la escuela N° 8 de La Palestina .
En 1965 trabajó  en la escuela N° 53 de Subteniente Perín hasta el año 1967, en la provincia de Formosa. En setiembre de ese año se hace cargo de la escuela N° 162 de Santa Fe- Km 15, en la misma provincia.
Por concurso gana un ascenso a la escuela N° 53, en donde ya había estado, y pasa a ocupar el cargo de Director de la ecuela N° 25 de Comandante Fontana (Formosa).
En 1983 es designado jurado para los cargos de director de  2° categoría, 3° categoría y Personal ünico. En 1986 es electo  miembro de Junta de Clasificación del C.N. de educación y al finalizar ese mandato es elegido por los docentes Vocal del Consejo Nacional de Educación.
En 1994 se jubila en ese cargo, máximo escalón del rubro en los cargos propuestos para  ocupar como candidato de los docentes.
A partir de entonces se ha dedicado por entero a la investigación histórica, tarea que comenzara cuando era maestro de grado en Perín investigando, precisamente, la breve vida del infortunado militar.

[Fuente: datos suministrados por J. A. Ortíz]

Obras:

  • Legislación Escolar Formoseña (partes I y II)
  • Cartelera
  • Koila y el Gobernador. Historias cortas de la Formosa de antaño.
  • Historia de la ciudad de Comandante Fontana
  • Los nombres de las calles de la ciudad de Formosa
  • Los pieds noirs en Formosa (ensayo, 2011)




Fragmento de Koila y el Gobernador


El paracaidismo en Formosa. Los orígenes.

     Una de las muchas actividades del Aeroclub Formosa fue la práctica del paracaidismo, hoy casi olvidado en nuestra provincia. La entidad organizó verdaderas fiestas, muchas vecen adhesión a festejos patrios, o conmemoraciones relacionadas con el club organizador. Miles de personas concurrían a presenciar las acrobacias de las frágiles aeronaves y el arrojo y habilidad de los paracaidistas. Acompañando este deseo de la problación la empresa de transporte urbano agregaba en esas jornadas servicios especiales. Medio siglo atrás, ver volar dos o tres aviones en cuadrillas, u observar como una persona saltaba desde una de esas máquinas desde 300 o 400 metros de altura, no era algo común.
     El deseo de progresar y tomar los buenos ejemplos de otras entidades con más experiencia, llevó a los miembros de la comisión directiva a incursionar en la práctica del paracaidismo. En 1952 se hizo en Formosa un gran festival aéreo. Entre los números programados participó la Brigada de Paracaidistas del Aeroclub Chaco, que despertó no solamente la admiración con su destreza, sino también entusiasmo. De inmediato los dirigentes organizadores consideraron factible dedicarse a trabajar para que Formosa tenga su propia brigada de paracaidistas. Como no todo dependía de la Comisión Directiva, se hicieron las gestiones ante las autoridades correspondientes y una vez aprobada la iniciativa quedó constituida la Brigada de Paracaidismo del Aeroclub Formosa. Poco tiempo después llegó el material mínimo necesario: paracaídas de espalda para saltos automáticos, de pecho para saltos comandados y emergencia, cascos protectores, tobilleras y se construyó una mesa de plegado.
     Como uno de los aportes recibidos arribó a la capital formoseña el instructor de paracaidismo de la flamante brigada, el suboficial mayor paracaidista Uberto Pablo Cioccale, quien también se hizo piloto civil y fue en su paso por el aeroclub toda una institución por su gran calidad humana y por su capacidad para enseñar una actividad por entonces conflictiva. A su vez no dejó de evidenciar su apoyo a toda labor del aeroclub; su trajinar incansable contagiaba y enseñaba. Cioccale, ya retirado, se radicó en la provincia de Córdoba; falleció en un accidente ajeno a la actividad y sus restos descansan en Río Ceballos donde el aeroclub colocó una placa recordatoria.
     El trabajo del instructor pronto se vio concretado en el debut de los aspirantes. El primero de esos alumnos en arrojarse desde el avión sobrevolando el lote rural 60 fue el oficial de Gendarmería Nacional Libio Abelardo Dobler; otros de los integrantes de esa brigada fueron Rubén Rodas, Simón Alegre, Rubén Gomez Cubilla, Adolfo Vera, Eduardo Calle, Lelio Boschi, Ruby Kees y Hugo Murdochi, entre otros.
     Entre las mujers algunas de las integrantes del primer grupo fueron Regina “Pelusa” Bonnet, Elida Pino, Mercedes Pozzi y Angélica Garay. Entre ellas encontramos a quién inscribió su nombre como la primera mujer formoseña en hacer su bautismo en la actividad: Elida Pino.
     Las décadas de 1950 y 1960 permitieron el lucimiento de la Brigada de Paracaidismo del Aeroclub Formosa en distintas ciudades del país. Entre sus logros citamos la obtención un campeonato y un subcampeonato nacional de saltos de precisión y las exitosas participaciones en la capital paraguaya. Una añorada actividad hoy casi desaparecida, llena de destrezas, habilidades, arrojo y peligro.

Milagro en el Aeroclub Formosa
El Salto de Pelusa Bonnet

     “Habíamos recibido unos paracaídas donados por nuestros colegas de Córdoba” - recordó Pelusa Bonnet. “La apertura inferior, la boca del paracaídas, era relativamente chica, en el aire parecían globos, pero los habíamos usado en varias oportunidades. Hacia 1959, aproximadamente, habíamos conformado un grupo muy lindo de chicas aficionadas al paracaidismo. Recuerdo ahora a Angélica Garay y Elida Pino, eramos varias y muy unidas. El aeroclub tenía varios aviones, nosotros solíamos subir a dos Pipper biplaza y un Cessna que habitualmente eran piloteados por Jordán, Hgo del Rosso, el padre Martina, Egildo Tassone, Mario Gandini u otro de los muchos pilotos que por entonces se habían formado en Formosa. En una de las prácticas que solíamos realizar periodicamente, algunas de las integrantes debíamos turnarnos para hacer un salto. Cuando me tocó a mí, subí a un avión conducido por Jordán, se hicieron las maniobras habituales, se alcanzó la altura elegida, unos 450 metros, y al llegar al punto adecuado me arrojé. Los primeros instantes en el aire los viví con total normalidad. Yo trataba sin éxito de abrir mi paracaídas. Pude observar a los amigos que fueron a esperar un suave descenso y ahora se tomaban la cabeza; no tomé conciencia que me acercaba muy rápidamente a la muerte, seguía tratando de solucionar el problema. El paracaídas no se abría y a pocos metros del terreno pude escuchar los gritos de quienes miraban absortos lo que parecía terminar en una segura tragedia. En tan rápida bajada el suave viento no tuvo ninguna incidencia, no hizo trazar una línea oblícua entre el punto de arrojo y el sitio previsto para tocar tierra, cercano a la ubicación de las principales instalaciones del club. En la caída vertical pude ver que me dirigía a un área de monte no muy tupido”.
     Hemos dicho que el aeroclub, al limpiar el lugar para trazar las pistas, tuvo que hacer un importante trabajo de desforestación extrayendo unas 2.500 toneladas de leña. Las adyacencias conservaron durante mucho tiempo su bosque natural. Donde hoy se encuentra el barrio Co.Vi.Fol era una zona rural, sin viviendas ni huellas interiores; había a fines de los años 1950, un monte de palmeras, ñandubay, algarrobos, bajos arbustos y pequeños espartillares. Allí termino el salto de Pelusa Bonnet.
     “Toqué tierra de la forma más imprevista: ayudada por mis compañeros que aún no salían de su estupor. No sentí cuando mis piernas atravesaron la copa de un árbol, pero inmediatamente un fuerte sacudón sobre todo mi cuerpo puso brusco fin a mi bajada. Milagrosamente el correaje del paracaídas se enredó en las ramas del árbol y quedé colgada, sin que mis pies alcanzan tierra. Corriendo llegaron mis amigos, me ayudaron a desprender las correas y cuando constataron que yo estaba bien, todo fue alegría. No habían pasado mas de 7 u 8 minutos desde que dejé el avión que piloteaba Jordán y en ese bosquecillo, extrañada, yo miraba que algunos se abrazaban, otros trataban de abrazarme y dos o tres abandonaban presurosos el sitio para contar la buena nueva a quienes aún estaban cerca del hangar. Varios minutos después, cuando todos nos tranquilizamos, fuí tomando conciencia de lo ocurrido: entre mi vida y la muerte hubo solo 50 cm de distancia”.
     En los inventarios del Aeroclub Formosa se contabilizaron sacrificios, solidaridad, capacidad, entusiasmo, dedicación, pero nunca un episodio de angustia y desesperación seguido de tan inmensa alegría.

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